Acabo de hablar con una amiga. Su madre, de 91 años, estaba en lo que le habían dicho que era ya un estado terminal, y me ha contado una historia de terror. Le he pedido que me permita reproducirla, aunque me ha pedido que no dé sus nombres ni dónde viven, sólo diré que se trata de una población muy cercana a Valencia. La historia no es seguramente exacta en los detalles, no he tomado notas y lo estoy reproduciendo de memoria, pero sé que es bastante exacta en términos generales, en el fondo de la historia.
Lo cierto es que su madre es muy mayor, pero es una persona, y tiene los mismos derechos que cualquier otra, independientemente de su edad. Pero eso no parece contar para los hasta tres médicos que la atendieron después de la pobre abuela sufriera un desvanecimiento, en lo que parecía una crisis cardíaca. Llaman a la ambulancia, a emergencias, y el médico que la atiende la estabiliza y le recomienda que la lleve al médico de cabecera, pero le dice que su madre está muy mayor y que eso son síntomas de que está en las últimas. La visita al médico de cabecera no mejora el pronóstico: sin más análisis, sin hacerle prueba alguna, determina que la señora está muy mayor y que está en las últimas, que no vale la pena ingresarla, que, para lo que le queda, mejor que muera en su casa.
Y es mientras está en su casa cuando le sobreviene otro desvanecimiento, al parecer por una bajada brusca de tensión. Otro médico de emergencias que la atiende y que le dice que son signos de una muerte cercana. Esta vez su hija, mi amiga, no la lleva al médico de cabecera, que ya la ha, prácticamente, desahuciado. Se la lleva al servicio de urgencias de un hospital. Allí, a pesar de las molestias que supone tener que hacer colas de 4 ó 5 horas para que te puedan atender, la atienden y le hacen las pruebas que debería haber pedido el médico de cabecera, tras las que le detectan que lo que había detrás de todo el cuadro de desvanecimientos era una simple infección de orina.
La abuela, que mantiene la lucidez y buena parte de la movilidad y de su independencia, sabía lo que habían dicho el resto de médicos y la "esperanza de vida" que le daban, con lo que al conocer el diagnóstico de infección de orina, le ha preguntado al médico de urgencias del hospital (a mi amiga se le saltaban las lágrimas mientras me lo decía): "Entonces, ¿puedo seguir viviendo?" "Naturalmente, señora"
Ahora, mi amiga se está pensando seriamente en poner una queja contra los médicos que por desidia, por dejadez, por prepotencia o por el motivo que sea, han obviado pruebas sencillas que hubiesen revelado la dolencia y han desahuciado a su madre, negándole la asistencia básica a la que tiene derecho. Me ha dicho que incluso si fuera cierto que se está muriendo, los médicos deberían proporcionarle no sólo salud dentro de las posibilidades, sino también la mejor calidad de vida posible.
"Entonces, ¿puedo seguir viviendo?"
miércoles, 17 de noviembre de 2010 | Publicado por Ferrán García en 7:06
Etiquetas: atención médica, derechos, desidia, vejez
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