España, país de señoritos, o "Los Santos Inocentes"

La familia de Paco el bajo en "Los Santos Inocentes" (1984)
Delibes escribió "Los Santos Inocentes" en 1981, ambientándola en un cortijo extremeño de los '60, pero cualquiera diría que es un retrato,  una caricatura reciente de la sociedad en la que vivimos.

Los señoritos siguen campando a sus anchas en este país, sus actitudes les delatan: el incidente de Esperanza Aguirre con los agentes de movilidad de Madrid, el de María Dolores de Cospedal colándose por delante de la gente haciendo horas de cola en Toledo para acceder a la exposición sobre El Greco, o el de Rajoy compareciendo ante la prensa en una pantalla de plasma, no dejan de ser anécdotas, pero que muestran la actitud de los que nos gobiernan. La clase gobernante, diría yo, pues tienen una serie de privilegios ajenos a la población en general,  y unas actitudes dignas de una clase aparte, de una clase que se cree por encima del resto. No son los servidores públicos, los guardianes del interés público, los representantes del pueblo y de su voluntad, no: son los nuevos señoritos.

Hasta ahora, prácticamente ninguna de las causas judiciales que hay abiertas contra altos cargos políticos o que investigan enormes tramas de corrupción en partidos políticos y sindicatos han resultado en condenas, pero es que ni siquiera en dimisiones por responsabilidad política. Y eso que los que deben tomar la decisión de dimitir o cesar a cargos bajo su responsabilidad son los mismos que, cuando han estado en la oposición, han reclamado al oponente lo mismo que ellos son incapaces de cumplir ahora: dimisiones en casos de corrupción, aunque hubiera tan solo la sospecha, indicios de delito, una imputación judicial.


Pero lo peor, siendo eso malo de por sí, es que la actitud de los imputados, de los responsables de los partidos implicados, es de una altivez y una chulería digna del señorito español que narraba Delibes en su obra y que tan magníficamente adaptó Mario Camus. El grado de humillación a la población, haciéndole pagar por una crisis que no ha provocado, creando unas leyes pensadas para aumentar la distancia entre gobernados y gobernantes, para separar aún más las clases altas de las medias y bajas, estafando a las familias con tal de hacerse con sus ahorros, es similar a la del Señorito Iván tratando a Paco el bajo poco más que como un perro, es similar al de ver a la niña chica sufriendo sin recibir el tratamiento que necesitaría (ahí todavía no se lo habían recortado, ni siquiera lo tenía), es similar al del señorito matando la milana bonita de Azarías porque le espantaba la caza, tomando como suyo algo que no lo era y, en general, despreciando la dignidad y los derechos de los que dependen de él.

Y nuestros señoritos no tienen recato en justificar las conductas más poco éticas con la mayor desfachatez, como si fuera un derecho divino, un derecho de sangre, pero, esta vez, adquirido por vía del cargo político que les ha permitido, con malas artes, enriquecerse con ese dinero público que no es de nadie. En definitiva, estamos delante de la nueva aristocracia, la que vive en palacios y da fiestas y vive la gran vida mientras el pueblo pasa penalidades sin fin, esa aristocracia que recuerda a la Maria Antonieta de "Que coman pasteles" cuando el pueblo le reclamaba que no tenían ni pan para comer.

Y, salvo honrosas excepciones, como el PAH, el 15M, las marchas verde y blanca, la ciudadanía está adormecida, demuestra la misma sumisión de Paco el bajo, que, incluso con una pierna quebrada, no duda en seguir haciéndole el juego al señorito, no duda en seguir siendo su perro, por miedo a lo que todavía podría perder.

¿Tendrá que ser un Azarías cualquiera, un inocente al que le han arrebatado aquello que era suyo (la casa, sus ahorros, las ayudas para un familiar gran dependiente) el que, por pura desesperación y por falta de una justicia real (si tarda, no lo es), acabe cometiendo una locura, el que acabe descerrajando un escopetazo a un banquero o a un político, a un señorito al fin y al cabo?

Digo yo que ya va siendo la hora de reclamar a los políticos, a la casta, a los señoritos, un atisbo de decencia, una pizca de honradez, de comportamiento ético, de responsabilidad moral, y para eso se necesita que la mayoría de los ciudadanos esté dispuesto a poner de su parte, a exigir a los señoritos que se vayan a sus casas, que dejen sitio a personas con otras actitudes, con un auténtico ánimo de servicio público, con un verdadero interés por defender lo público.